Si has leído la anterior entrada de Gloü Magazine podemos resumir todo lo anterior en una sencilla fórmula: si cuidas a los «bichitos» de tu flora cutánea, ellos te cuidarán a tí. Pero… ¿y cómo puedo cuidarlos?, te estarás preguntando. No te preocupes, ¡es muy fácil!
Seguro que ya has oído hablar de los prebióticos y los probióticos, sobre todo en lo referente a la salud intestinal. Bien, pues también tienen una enorme importancia para nuestra piel.
Suenan de manera muy parecida, pero no son lo mismo, aunque tienen una importante relación simbiótica entre ellos, una relación provechosa para ambos.
Los prebióticos constituyen un alimento básico para el microbioma, ya que favorecen el crecimiento de bacterias sanas y les permiten ejercer sus funciones beneficiosas con mayor eficacia.
Los probióticos son microorganismos vivos destinados a mantener o mejorar las bacterias buenas del cuerpo.
Unos y otros trabajan en equipo por y para el equilibrio del ecosistema: los primeros ayudan a crecer a las bacterias que ya están en él dándoles los alimentos que necesitan, y los segundos aportan más bacterias vivas.
Que el microbioma cutáneo esté equilibrado supone, ¡ni más ni menos!, que tu piel conserve un perfecto estado de salud. Al estar hidratada y nutrida, se muestra luminosa, radiante y llena de vitalidad, con un aspecto bonito, sereno y atractivo.
Así pues, una rutina de cuidado facial con los productos adecuados es absolutamente esencial para tu piel, ya que potencia los beneficios que aportan los microorganismos y ayuda a desarrollar el efecto barrera frente a los agresores externos, que tanto la perjudican y marchitan.
Ahora que conoces tu piel un poquito más, ¡no dejes de actuar! Mímala respetando sus características, apoyando sus propios procesos y potenciando sus funciones básicas, ¡y disfruta de las maravillas de una piel agradecida!